Racing cayó 1 a 0 ante Atlético Tucumán en el Estadio Monumental José Fierro demostrando una vez más que con poquito el rival se lo lleva puesto. La estadística, de que el equipo no pudo dar vuelta un resultado en todo el año, es harto sabida pero demuestra la fragilidad emocional que tiene este plantel; con mandíbula de cristal.

Otro tren que pasa y otro tren al cual el equipo de Gustavo Costas no logra subirse. La derrota de Huracán, en el inicio de la jornada, le hubiera permitido a Racing ubicarse como escolta de Vélez si vencía al conjunto de Facundo Sava. Sin embargo, volvió a jugar en puntas de pie. Por el contrario, el Decano dejó la piel en cada pelota dividida, sumó pases cuando pudo y se duplicó en esfuerzo, tal como terminó reconociendo Gabriel Arias en declaraciones a la prensa, una vez consumada la derrota.

El equipo de Avellaneda no tiene malicia, ni injundia para jugar al fútbol. A eso se le suma una falta clara de identidad en lo que pretende hacer, durante los 90 minutos: por momentos la circulación, por momentos dividir la pelota para los delanteros y que Dios los ayude.

Dentro de lo deslucido que fue el equipo en todo el partido, quien estuvo más participativo de lo habitual fue Roger Martínez. El colombiano guapeó, peleó y generó las ocasiones más próximas de gol en el equipo, durante los 90 minutos. Remate al arco controlado por Tomás Durso y asistencias para Baltazar y para Almendra, en lo que fue mejor jugada colectiva de la visita en todo el encuentro.

El gol de Renzo Tesuri, a los 30 minutos del primer tiempo, desnudó el pésimo partido del mediocampo. En especial de Santiago Sosa quien, ocupando esa posición, no cubrió el espacio del atacante que habilitó al goleador. Facundo Mura acompaño la jugada pero el balón se le escurrió de entre las piernas y Arias dudó en la salida. Un combo letal que el elenco local pudo aprovechar al máximo.

A partir de entonces, en el conjunto albiceleste todo se transformó en confusión. Arrestos individuales sin sentido, poca circulación de balón y errores propios de un equipo que, poco a poco, va perdiendo la confianza en sí mismo. El único que se salvó del aplazo fue Marco Di Cesare. Aún con imperfecciones, empujó al equipo desde el fondo y hasta se animó a gritarles a sus compañeros para que despertaran ni bien empezado el segundo tiempo.

Un partido que pinta de cuerpo entero la debilidad anímica que tiene este plantel y cuerpo técnico, que carece de un liderazgo mucho más sólido en sus referentes. Imposible poder ilusionarse con el camino que queda por recorrer en el certamen doméstico y mucho más en la Copa Sudamericana.

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